Podemos hablar de dos dimensiones dentro de la experiencia estética: creación y recepción. Aquí hablaremos principalmente de la segunda, del por qué hay obras que consiguen conmovernos, sobrecogernos, erizarnos la piel....y otras no.
La palabra estética
surge a partir del siglo XVIII, es un neologismo que acuña Baumgartem. Él tiene el acierto de intuir bajo éste término algo importante que remite al espíritu de la Ilustración “sapere aude”. Se trata de estudiar ese mundo que hay en torno a lo perceptivo. Por supuesto, la estética existe antes de la Ilustración pero no como concepto sino sólo como idea.
“Lo bello es siempre, inevitablemente, de una doble composición, aunque la impresión que cause sea única (...). Lo bello está hecho de un elemento eterno, invariable, cuya cantidad es excesivamente difícil de determinar, y de un elemento relativo, circunstancial, que será si se quiere, alternativamente o simultáneamente, la época, la moda, la moral, la pasión.” (Baudelaire, El pintor de la vida moderna)
Este fragmento nos pone tras la pista pues lo primero que tenemos es una experiencia estética que depende de una dinámica cultural, histórica. Nuestra experiencia estética con el mundo no es únicamente una percepción de algo, es decir, no es una experiencia de recepción sino una relación de reinterpretación sobre el mundo. Construimos estéticamente el mundo.
La experiencia estética no es un conocimiento teórico, es una experiencia de conocimiento de ese mundo, no es algo que se enseña, es una reflexión.Por ejemplo, el que una persona sepa mucho sobre una obra de arte no quiere decir que haya tenido una experiencia estética.
Baumgarten pretende conseguir para la experiencia sensible la misma certeza y claridad que se había conseguido para la experiencia intelectual, es decir intentaba darle a la estética unas bases tan seguras a las que tenía la teoría del conocimiento.
Para Dufrenne la experiencia sensible es fundamental pero no interesa quedarse en ese nivel de percepción. El habla de un primer momento, el de la presencia
(información a través de los sentidos), el segundo el de la representación
en el cual nosotros a partir de ese primer momento somos capaces de construir una imagen de ese objeto. El tercer momento es el de la reflexión
y del sentimiento en el cual sentimos la experiencia estética que viene provocada por las representaciones.
Por otro lado, la Gestalt descubre que la percepción no es pura recepción. No reproducimos la presencia del mundo, somos dinamizadores de los elementos.
¿Cuáles serían pues las condiciones para que se diera la experiencia estética? El sentimiento se realizaría plenamente con dos condiciones:
1) Que la imaginación y el entendimiento no acaben en una experiencia que sea el mundo de la experiencia puramente objetiva
2) Que al igual que respetamos el objeto estético tal como nos viene, que seamos capaces de abrirnos a una realidad que experimentamos en nuestro interior. Que estemos abiertos a una experiencia subjetiva.
(Esto último es discutible dado los ataques a las obras de arte que registrados en 1986 en el Prado y si retrocedemos más, en el 356 a.C, el caso de Eróstrato, que prendió fuego al templo de Artemisa en Éfeso).
En definitiva, tendemos a disponer nuestro entorno de una forma estética, no sólo en lo que llamamos arte, sino también en acciones muy cotidianas. El hombre no sólo aparece como receptor sino que exterioriza y realiza esa vivencia estética.